El pulso de Tula como bandera

07.02.2024

El auto paró algunos pocos metros más adelante de donde estaba yo distraída con el celular en la vereda de avenida Santa Fe. El chofer dejó las balizas prendidas, se bajó, rodeó el auto con porte de efectivo de seguridad y abrió la puerta del asiento de atrás sobre el lado derecho. Se tomó especial empeño en ayudar a un señor mayor hasta que logre bajarse del auto y se incorpore de una posición por demás incómoda para esas rodillas de unos 80 años.

Apenas pudo sostenerse bípedo del asiento del acompañante se bajó otro hombre que simplemente se ubicó un pasó por detrás de él para oficiar de sombra, pase lo que pase haga lo que haga, la distancia entre uno y otro era exactamente un paso, como una coreografía.

Todos los movimientos desde que paró el auto parecían automatizados de años y años de repetición. El personaje en cuestión esperó impaciente mientras el chofer abrió el baúl. Lo primero que sacó fue una silla de ruedas que armó con velocidad y la ubicó en el lugar exacto que se comprendía entre ellos dos. El hombre sombra tomó con las dos manos la silla para no desviarse de su tarea de maniobrar, aunque estuviera vacía.

Nadie atinó a sentarse. El señor, particularmente vestido, se quedó de pie, pese a ciertas dificultades evidentes, esperando poder fiscalizar que el proceso de vaciado del baúl termine sin complicaciones. La atención seguía puesta ahí y yo miré cada vez intrigada.

Es verdad que el don a simple vista estaba desalineado pero, para el caso, hubiese sido injusto no detenerse para observar que nada de ese desorden era casual y todo estaba en el lugar exacto para hacerlo brillar.

De abajo hacia arriba, zapatillas de lona y jean. Una remera con los colores de la selección, el parche del campeón, las tres estrellas y ninguna marca, para nada original e incluso ni siquiera una imitación, dos líneas negras en cada manga. Un piluso celeste y blanco. Y sobre el pecho, 3 cadenas plateadas, un estilo de moda trapero pero heredado de tanta historia que viste esa casaca: una cruz, una medalla con la cara de Evita y otra con la de Perón, grandes e intencionalmente visibles, todas enredadas entre sí.

Soy bastante escéptica pero hay personas que desprenden ciertos encantos. La pilcha ayuda, no hay dudas, pero no terminaba de entender qué pasaba con ese hombre que esperaba ansioso al costado del baúl y era capaz de hipnotizar. Me parecía estar presenciando un ritual.

Con una técnica perfecta que denota los años de proteger el objeto sagrado el chofer levantó un bombo murguero y, supongo yo, en señal de respeto, no tardó más de un segundo sin ponerlo en las manos de el hombre encorvado que aunque denostaba complicaciones para mantenerse en pie, podía sostener el instrumento en una mano y una masa en la otra, antes de dejarse recaer sobre la silla.

Bastó un segundo. De un lado el escudo del partido justicialista, Maradona, Messi y Rosario Central, sobre el margen superior un fileteado con la palabra "ARGENTINA", sobre el márgen inferior: "TULA". El hincha más famoso del mundo y el custodio del bombo que retumbó la historia de nuestro país, en la calle y en la cancha.

Lo observé con especial inquietud, no pude desviarle la mirada demasiado tiempo. Tenía la sensación de que todo lo que pudiera valer la pena iba a pasar cerca de ese hombre. Llevaba el timing perfecto. Estaba atento. Rodeado de campeones del mundo, acaparaba todas las miradas y los saludos particulares de los señores de traje que en años de desplegar poder no pudieron nunca alcanzar su porte de persona importante. No importó que usen corbata, el Tula, con el piluso puesto esperó a que se acerquen para darles la mano. A todas vistas le importaba un carajo el protocolo y la galantería.

Cuando los invitados más honoríficos se movían entre la gente con una liviandad complicada para él, en su silla de ruedas, el asistente ponía el turbo y el Tula, con el brazo extendido hacia adelante, sosteniendo la maza del bombo iba corriendo a la gente empujándonos desde la cintura y abriéndose camino. Cada tanto decía la palabra "permiso" pero, la verdad, era más que nada una formalidad. Nadie de los que estuvimos ahí hubiéramos puesto en tela de juicio que, por donde el Tula quisiera pasar, había que hacer lugar.

Era el encargado de sostener la fiesta. Por más luces de colores, camisetas, banderas y copas del mundo que decoraban el lugar, lo único que importó fue el momento en el que Tula decidió hacer sonar el bombo. La señal para todos los presentes para prestar atención y aplaudir. Era en síntesis el encargado de marcarnos el pulso.

Mientras lo observaba, a veces perdido, a veces enfocado intenté entender cómo llega una persona a manejar tan bien su elemento hasta sintetizarlo en solo algunos golpes aislados y recordé un dato: En 1956 cuando la dictadura intentó absurdamente borrar el clamor popular que había nacido por el amor a Perón fue política de estado prohibir el bombo.

¿Cómo vas a ser tan cagón? Esa idea estúpida de querer borrar del mapa lo que representa las pasiones nunca funcionó, pero además, en Tula vivió con una fuerza que está ahí cuando lo ves en persona, pero es difícil de describir.

Algo de esa historia estaba en ese momento en las manos del Tula. Sencillamente, el pulso de muchísimos momentos de nuestra vida política y futbolera cargados en cada una de las veces que la masa golpeó el parche.

Trece mundiales recorrió el bombo y trece mundiales recorrió el Tula. Formó parte de las tres estrellas que lleva orgullosamente en una camiseta no original.

¿Quién sabe cuántas marchas?

En ese hincha desalineado de porte villero vivió la prueba de que brilla quien le pone el cuerpo y eso fue puro amor.

             - Tula, ¿me regalas una foto? - deslicé sin timidez, para parecer compinche.

             - Claro borrega, pero acercate vos.

Tengo 32 años pero inimputable. A veces peco de cabeza de termo pero me da orgullo ese viejo que no conozco, pero que aún metido entre los poderosos de nuestro fútbol y se lo vea un poco perdido, sabe exactamente cuando debe sonar el bombo y nunca se desvió de cierto pulso argento. A nuestro fútbol y a nuestra hinchada los representaron dos humildes peronchos, medio retobados, que amaron al país y le pusieron el cuerpo.

© Mica Gamuza. Todos los derechos reservados.
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