Capitán de los vencidos

04.01.2023

En el Maracaná sí, la alegría era sólo brasilera y el festejo había empezado mucho antes del pitazo inicial. Con los dos equipos preparados para el himno, el alcalde de Río de Janeiro, Angelo Mendes de Morais, tomó la palabra frente a 200 mil personas y se refirió a la selección de Brasil como "jugadores que en pocas horas serán aclamados como campeones del mundo por millones de compatriotas".


Obdulio Varela, parado junto a sus compañeros, no escuchó.


Probablemente la jugada más importante del partido haya sido esa. No escuchar y saber esperar. "Los de afuera son de palo", dijo durante el entretiempo en la arenga a su equipo "no miren para arriba, el partido se juega abajo" y al Negro Jefe, el mulato que llevaba la cinta de capitán, su equipo le obedecía.

Se había ganado el respeto en la cancha y fuera de ella. Poco tiempo antes de que comience la cita mundialista 12 años postergada, Obdulio fue el impulsor de la huelga de jugadores más larga de la historia del fútbol uruguayo. Reclamaron la formación de un sindicato y frente a la negativa de los clubes, durante los 7 meses previos al mundial, el botija volvió a su labor de albañil. "Recuerdo al Obdulio rebelde, el que fue líder en la huelga de la mutual, al que le molestaba ver que grandes jugadores habían terminado en situaciones de miseria", detalló el relator uruguayo Máximo Goñi.

Obdulio Varela, conocido con el apellido de su madre, una sirvienta negra que tuvo a su hijo con su empleador español, solía decir: "No conocí a nadie que haya cenado puchero de fama" y cuando los dueños de Peñarol, club en el que forjó su carrera desde 1943 y hasta su retiro en 1955, pusieron la primera publicidad en su camiseta, el Negro Jefe se negó y salió al campo de juego usando una campera: "Ya pasó el tiempo en el que a los negros nos señalaban con argollas".

Varela sólo sabía jugar con rebeldía y así también lo hizo en uno de los partidos más importantes de la historia.


"Que comience la función, asomando por el túnel, dominando la emoción, a la cancha La Celeste, a las páginas de gloria, escalón por escalón", cantó Jaime Ross, y el periodista Osvaldo Soriano escribió: "Nosotros jugábamos, puede decirse, contra todo el mundo".


16 de julio de 1950. 14.45. Estadio Maracaná. Juan López Fontana, el entrenador uruguayo, reunió a sus dirigidos y propuso una derrota digna, lo que implicaba perder por menos de cuatro goles y salió al campo de juego con la cabeza agachada a esperar el inevitable desenlace. El Negro Jefe, sentado todavía en el vestuario dijo: "Juancito es un buen hombre, pero ahora se equivoca. Si jugamos para defendernos, nos sucederá lo mismo que a Suecia o España" (equipos a los que Brasil le metió siete y seis goles respectivamente durante la fase clasificatoria).

Tras conseguir irse al descanso con ambos arcos en cero el capitán hizo que todo el equipo espere a los rivales para salir a la cancha. Sabía que el estadio más grande del mundo repleto de gente hablándoles sólo a ellos era un factor determinante.

15.58. Tres minutos del segundo tiempo. Gol de Albino Friaca Cardoso. El juez de línea levantó la bandera. El árbitro convalidó el tanto. 200 mil personas festejaron.

Obdulio no miró para arriba, tomó la pelota para asegurarse de que nadie pudiera jugar y pidió explicaciones. Respiró hondo. Esperó nuevamente. "Se ve que hubo algo intuitivo, se dió cuenta que con la pelota debajo del brazo estaba logrando que no se reanude el partido. El paroxismo de la gente ya había bajado los decibeles, pero eso fue intuitivo", contó Goñi.

A los 22 minutos del segundo tiempo, Juan Schiaffino, eludió a un brasilero en el área. Fue el gol del empate, que no alcanzaba porque el mundial de 1950 se definía por puntos. Faltando 9 minutos para el final Alcides Ghiggia tomó la pelota en un contraataque y la metió al arco, junto al palo izquierdo de Barbosa.

El Maracaná enmudeció y ahí sí, Obdulio escuchó. Jules Rimet, el presidente de FIFA, guardó en el bolsillo del saco un discurso escrito en portugués que había ensayado. Entró a la cancha y en un tumulto de gente se encontró con Obdulio a quien le dió el trofeo. Años más tarde dijo: "Todo estaba previsto, excepto el triunfo de Uruguay. Ni guardia de honor, ni himno nacional, ni discurso, ni entrega solemne".

Uruguay se fue del estadio a las 20 horas. Obdulio ya no estaba. Galeano, el uruguayo capitán de la literatura, contó que El Jefe se había ido a tomar a los bares de Río: "Él, que tenía la obligación de ser el más alegre de los alegres. Había pasado la noche del triunfo abrazado a los vencidos".

Así también vivió, Obdulio jugaba con sangre negra y rebelde, por ser siempre del equipo de los derrotados aunque alguna vez haya sido vencedor. Fue un orgulloso "centrojás" de la celeste pero se arrepintió de haber torcido el destino esa tarde, por eso eligió abrazar la tristeza de Brasil mientras los dirigentes uruguayos se colgaron la medalla dorada y repartieron a los jugadores la de plata.


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